Todo era blanco y negro. Se suponía que tenía lo que muchas
personas deseaban; amor, dinero, amigos, familia… Pero no era
suficiente. En el fondo yo sabía que la gente, cuando
me miraba, tan sólo veía a una chica rellenita, gorda y obesa.
Aunque se lo callaran, aunque dijeran que no, mentían. Esa era la
verdad. No tenía novio porque a nadie le gustaba, mis amigas
seguramente intentaban evitarme para que los chicos no se alejaran
por mi culpa. No me lo decían porque no querían herirme, pero yo sabía
que pensaban en verdad: “Mira a esa gorda, tiene tantos
michelines que da asco. Agg, mejor vayámonos no vaya a ser que
espante a los chicos.” Seguro que era eso. Pero yo no podía evitarlo, me
gustaba comer un poco de chocolate, alguna chuchería,
comida basura… al menos de vez en cuando. Intentaba comer sano, pero
la tentación ganaba siempre. Ellas tenían razón, daba asco.
Miré a la chica del espejo. Tenía un cabello largo y negro,
estropeado, sin brillo. Sus ojos eran azules, pero un azul marino y poco
hermoso. Sus mejillas y papada delataban su
obesidad, y eso sólo sin mirarle el cuerpo. Pero hasta la cintura,
lo que el espejo mostraba, se veía a una chica de quince años oronda,
con grandes masas de grasa alrededor. En verdad era
horrenda. ¿Por qué no podía ser igual de hermosa y esbelta que las
modelos? ¿Por qué le había tocado este cuerpo? ¿Por qué no podía ser más
fácil convertirse en la chica que todos consideran
hermosa y de peso apropiado? ¿Por qué?
De pronto la chica del espejo se comenzó a transformar. Su cabello se tornó brillante y sedoso. Sus ojos se tornaron de un azul marino pero con un toque divino impresionante, como encontrarse en medio del océano y sólo ver agua alrededor, hasta perderse en el horizonte. La papada desapareció, junto a las mejillas, dejando una cara y un cuello delgados y perfectos. Las masas de grasa acumuladas en la cintura comenzaron a hacerse más pequeñas hasta desaparecer, su cuerpo pasó de las curvas menos deseadas a las curvas más sensuales que hacía que cualquier hombre la quisiera hacer suya. Me miró con cara de superioridad de arriba abajo y rió con malicia.
— ¿Te has visto?— dijo con labios sensuales y voluminosos—. Deberías comer menos o acabarás con las reservas alimenticias del mundo— se rió a carcajadas.
— Yo… Yo… no estoy… t-tan gorda— intenté defenderme.
— ¿Eso piensas? Me das lástima. Mírate— dijo señalando mis lorzas—, nadie te mirará. ¿Cómo alguien puede estar tan gordo? Das pena. No, me equivoco, es peor, das asco— señaló con una mueca de aversión.
Deseé que la tierra me tragara. El hecho de que alguien me observara me daban ganas de encerrarme en mi cuarto y no volver a salir jamás. Es más, no debería salir así, sólo conseguí que la gente se burlara de mí… Tenía tanta razón.
Era horrenda.
Deberían encerrarme…
La chica del espejo, aún buscando reírse y rebajar más mi autoestima, que ya era poca, me miró de arriba abajo con superioridad mientras en sus labios se dibujaba una curva dejando claro cuál era la diferencia entre ella y yo.
— Jamás lograrás tener este cuerpo— dijo mientras enmarcaba las curvas de su cuerpo con sus manos, bajándolas poco a poco hasta llegar a la cadera, dónde desaparecían tras el espejo—. Acéptalo. Jamás tendrás un novio porque estás tan gorda que nadie te querrá. Tus amigas te dejarán de lado por miedo de que espantes a los chicos. Jamás te convertirás en una modelo, a menos que sea de denuncia contra la obesidad. Jamás alcanzarás el peso ideal que todos buscan. Eres demasiado gorda—su mirada se hacía más dura a medida que daba las razones, hasta el momento en que di un paso atrás.
— Yo… puedo adelgazar. ¡Puedo hacerlo!— dije, pero lo único que conseguí fue provocar una gran carcajada.
— ¡Pero si no eres capaz de comer sano ni una semana!— me reprochó. Yo bajé la mirada y sollocé, quería ser como ella, ¿por qué no podía?—. La belleza requiere sacrificios. ¿Quieres adelgazar? ¿Tener la oportunidad de tener un cuerpo como este?— asentí—. Sólo hay una forma en la que una chica como tú podría tener este cuerpo. No comas, y si comes… échalo fuera… es la única manera que tú tienes para convertirte en esto— dijo recalcando una vez más sus curvas—. Aunque seguro que no lo lograrás, nadie te aceptará, eres demasiado gorda— y se desvaneció, entre carcajadas y miradas prepotentes la chica del espejo, la diosa del espejo, desapareció. El reflejo se convirtió de nuevo en la chica horrenda de antes, pero las palabras de ella se quedaron en el aire.
Eres demasiado gorda.
Nadie te querrá.
Estar guapa requiere sacrificios.
Sólo hay una forma en la que una chica como tú podría tener este cuerpo.
Me daba igual que todos me dijeran que estaba delgada, tal vez demasiado. Yo sabía que mentían para no hacerme daño. Sabía que ella tenía razón. Y sabía que debía hacer para convertirme en el canon perfecto de la mujer impuesto por la sociedad.
Me acerqué al váter y me arrodillé. Había comido demasiado, tenía que hacerlo. Metí mis dedos hasta la garganta. Sentí arcadas y como mis músculos se contraían haciéndome expulsar la comida basura que me había tragado. Devolví una y otra vez hasta que de mi estómago no salía nada. Sentía la garganta irritada, como respiraba de una manera más acelerada, pero como ella había dicho, la belleza requería sacrificios. Me sentí un poco menos culpable al echar la comida, y de seguro así adelgazaría.
Lo lograría.
Sería la chica perfecta, pero me quedaba mucho trabajo por delante.
Aunque, lo que yo no sabía en ese momento, ni la chica del espejo, es que eso me llevaría hasta el borde de la muerte, quedándome a un paso de ella…
De pronto la chica del espejo se comenzó a transformar. Su cabello se tornó brillante y sedoso. Sus ojos se tornaron de un azul marino pero con un toque divino impresionante, como encontrarse en medio del océano y sólo ver agua alrededor, hasta perderse en el horizonte. La papada desapareció, junto a las mejillas, dejando una cara y un cuello delgados y perfectos. Las masas de grasa acumuladas en la cintura comenzaron a hacerse más pequeñas hasta desaparecer, su cuerpo pasó de las curvas menos deseadas a las curvas más sensuales que hacía que cualquier hombre la quisiera hacer suya. Me miró con cara de superioridad de arriba abajo y rió con malicia.
— ¿Te has visto?— dijo con labios sensuales y voluminosos—. Deberías comer menos o acabarás con las reservas alimenticias del mundo— se rió a carcajadas.
— Yo… Yo… no estoy… t-tan gorda— intenté defenderme.
— ¿Eso piensas? Me das lástima. Mírate— dijo señalando mis lorzas—, nadie te mirará. ¿Cómo alguien puede estar tan gordo? Das pena. No, me equivoco, es peor, das asco— señaló con una mueca de aversión.
Deseé que la tierra me tragara. El hecho de que alguien me observara me daban ganas de encerrarme en mi cuarto y no volver a salir jamás. Es más, no debería salir así, sólo conseguí que la gente se burlara de mí… Tenía tanta razón.
Era horrenda.
Deberían encerrarme…
La chica del espejo, aún buscando reírse y rebajar más mi autoestima, que ya era poca, me miró de arriba abajo con superioridad mientras en sus labios se dibujaba una curva dejando claro cuál era la diferencia entre ella y yo.
— Jamás lograrás tener este cuerpo— dijo mientras enmarcaba las curvas de su cuerpo con sus manos, bajándolas poco a poco hasta llegar a la cadera, dónde desaparecían tras el espejo—. Acéptalo. Jamás tendrás un novio porque estás tan gorda que nadie te querrá. Tus amigas te dejarán de lado por miedo de que espantes a los chicos. Jamás te convertirás en una modelo, a menos que sea de denuncia contra la obesidad. Jamás alcanzarás el peso ideal que todos buscan. Eres demasiado gorda—su mirada se hacía más dura a medida que daba las razones, hasta el momento en que di un paso atrás.
— Yo… puedo adelgazar. ¡Puedo hacerlo!— dije, pero lo único que conseguí fue provocar una gran carcajada.
— ¡Pero si no eres capaz de comer sano ni una semana!— me reprochó. Yo bajé la mirada y sollocé, quería ser como ella, ¿por qué no podía?—. La belleza requiere sacrificios. ¿Quieres adelgazar? ¿Tener la oportunidad de tener un cuerpo como este?— asentí—. Sólo hay una forma en la que una chica como tú podría tener este cuerpo. No comas, y si comes… échalo fuera… es la única manera que tú tienes para convertirte en esto— dijo recalcando una vez más sus curvas—. Aunque seguro que no lo lograrás, nadie te aceptará, eres demasiado gorda— y se desvaneció, entre carcajadas y miradas prepotentes la chica del espejo, la diosa del espejo, desapareció. El reflejo se convirtió de nuevo en la chica horrenda de antes, pero las palabras de ella se quedaron en el aire.
Eres demasiado gorda.
Nadie te querrá.
Estar guapa requiere sacrificios.
Sólo hay una forma en la que una chica como tú podría tener este cuerpo.
Me daba igual que todos me dijeran que estaba delgada, tal vez demasiado. Yo sabía que mentían para no hacerme daño. Sabía que ella tenía razón. Y sabía que debía hacer para convertirme en el canon perfecto de la mujer impuesto por la sociedad.
Me acerqué al váter y me arrodillé. Había comido demasiado, tenía que hacerlo. Metí mis dedos hasta la garganta. Sentí arcadas y como mis músculos se contraían haciéndome expulsar la comida basura que me había tragado. Devolví una y otra vez hasta que de mi estómago no salía nada. Sentía la garganta irritada, como respiraba de una manera más acelerada, pero como ella había dicho, la belleza requería sacrificios. Me sentí un poco menos culpable al echar la comida, y de seguro así adelgazaría.
Lo lograría.
Sería la chica perfecta, pero me quedaba mucho trabajo por delante.
Aunque, lo que yo no sabía en ese momento, ni la chica del espejo, es que eso me llevaría hasta el borde de la muerte, quedándome a un paso de ella…
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http://noahlloil.jimdo.com/relatos-cortos/relatos-2011/la-otra-chica-del-espejo/
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