Una pequeña bailarina
La noche embriagaba una ciudad iluminada por algunas farolas que se
encontraban en la calle. El frío caía pesadamente sobre los pocos transeúntes que
caminaban por ella, obligándolos a abrigarse hasta a penas poder entrever sus
rostros. Algunos andaban apurados para llegar a sus hogares cuanto antes y así poder
resguardarse del frío. Otros, en cambio, paseaban tranquilamente cerca de la barandilla,
observando los reflejos que las farolas producían sobre la capa de hielo que cubría el
río.
— Espera aquí mientras mamá va a hablar con Marina—le dijo una mujer a su
hija. Al ver los pucheros con los que esta le rogaba añadió—: No puedes entrar en esos
locales. Tranquila, volveré pronto— entonces la mujer se dio media vuelta y comenzó a
andar hacia el local, desapareciendo tras sus puertas.
La pequeña hizo una mueca mostrando su indignación. Luego suspiró y se
acercó a la barandilla congelada. Observó la capa de hielo que cubría el río y comenzó
a imaginarse un bello ballet sobre este. Las bailarinas portaban bellos vestidos de un
tono blanco y unas zapatillas azules. Todas, al unísono y con perfecta compenetración,
realizaban bellos movimientos que cautivaban a la pequeña soñadora.
Insatisfecha por ser una espectadora más, la niña comenzó a bailar. Sus
movimientos eran torpes e inseguros, pero la ternura con la que los realizaba eran
suficientes para enamorar a cualquiera que la estuviese viendo en ese preciso instante.
La pequeña sonreía con pura inocencia mientras se imaginaba a ella misma sobre un
escenario vestida con un vestido blanco y unas zapatillas azules.
— ¿Te gusta el ballet?— le preguntaron haciendo que la pequeña, en respuesta,
dejara de bailar y lo mirara.
Sobre un banco sentado se encontraba un joven adulto de unos veinticinco años
de edad. Su cabello negro caía sobre su frente creando algún tirabuzón en el proceso.
Sus ojos, de un color carmesí, escudriñaban a la niña con fuerza y una pizca de malicia,
propia de un ser cruel, mientras esta le sonreía.
— ¡Sí!— dijo emocionada—. De mayor seré una bailarina de ballet famosa—
respondió la pequeña levantando las manos para enfatizar.
— De donde yo vengo no hay lugar para la música y el baile— dijo con un eje de
de pesadumbre en su voz.
— ¿De dónde vienes?— preguntó con curiosidad la pequeña.
— De un mundo triste y oscuro— la niña se desconcertó ante la respuesta del
joven, quien ahora tenía una mirada lúgubre y entristecida. Luego miró de nuevo a
la niña y sonrió— ¿Sabes? No sé si es porque tienes suerte o porque al bailar me has
parecido un pequeño ángel, pero hoy me marcharé sin causar ningún estrago más— el
joven se levantó y comenzó a andar.
— ¿Te vas?— preguntó entristecida. Él se detuvo un segundo y la miró.
— Créeme, es mejor no tenerme cerca— luego retomó su camino— Conviértete
en una bella y angelical bailarina y tal vez nos veamos de nuevo.
— ¡Lo haré!— le aseguró la pequeña artista.
— ¿Con quién hablas, hija?— preguntó la madre cuando hubo regresado.
La niña sonrió a su madre y señaló en dirección al joven— con él— dijo alegre.
— Pero si ahí no hay nadie— refutó la madre. La pequeña se desconcertó y
miró al callejón para encontrarse con una oscuridad infinita, sin nada más. Como si
fuese magia el chico de los ojos rojizos se había desvanecido en la penumbra de la
noche, dejando a la niña con la duda de si aquella conversación había sido obra de su
imaginación o había sido real. Tal vez algún día lejano su duda se llegaría a disipar, tal
vez.
La noche embriagaba una ciudad iluminada por algunas farolas que se
encontraban en la calle. El frío caía pesadamente sobre los pocos transeúntes que
caminaban por ella, obligándolos a abrigarse hasta a penas poder entrever sus
rostros. Algunos andaban apurados para llegar a sus hogares cuanto antes y así poder
resguardarse del frío. Otros, en cambio, paseaban tranquilamente cerca de la barandilla,
observando los reflejos que las farolas producían sobre la capa de hielo que cubría el
río.
— Espera aquí mientras mamá va a hablar con Marina—le dijo una mujer a su
hija. Al ver los pucheros con los que esta le rogaba añadió—: No puedes entrar en esos
locales. Tranquila, volveré pronto— entonces la mujer se dio media vuelta y comenzó a
andar hacia el local, desapareciendo tras sus puertas.
La pequeña hizo una mueca mostrando su indignación. Luego suspiró y se
acercó a la barandilla congelada. Observó la capa de hielo que cubría el río y comenzó
a imaginarse un bello ballet sobre este. Las bailarinas portaban bellos vestidos de un
tono blanco y unas zapatillas azules. Todas, al unísono y con perfecta compenetración,
realizaban bellos movimientos que cautivaban a la pequeña soñadora.
Insatisfecha por ser una espectadora más, la niña comenzó a bailar. Sus
movimientos eran torpes e inseguros, pero la ternura con la que los realizaba eran
suficientes para enamorar a cualquiera que la estuviese viendo en ese preciso instante.
La pequeña sonreía con pura inocencia mientras se imaginaba a ella misma sobre un
escenario vestida con un vestido blanco y unas zapatillas azules.
— ¿Te gusta el ballet?— le preguntaron haciendo que la pequeña, en respuesta,
dejara de bailar y lo mirara.
Sobre un banco sentado se encontraba un joven adulto de unos veinticinco años
de edad. Su cabello negro caía sobre su frente creando algún tirabuzón en el proceso.
Sus ojos, de un color carmesí, escudriñaban a la niña con fuerza y una pizca de malicia,
propia de un ser cruel, mientras esta le sonreía.
— ¡Sí!— dijo emocionada—. De mayor seré una bailarina de ballet famosa—
respondió la pequeña levantando las manos para enfatizar.
— De donde yo vengo no hay lugar para la música y el baile— dijo con un eje de
de pesadumbre en su voz.
— ¿De dónde vienes?— preguntó con curiosidad la pequeña.
— De un mundo triste y oscuro— la niña se desconcertó ante la respuesta del
joven, quien ahora tenía una mirada lúgubre y entristecida. Luego miró de nuevo a
la niña y sonrió— ¿Sabes? No sé si es porque tienes suerte o porque al bailar me has
parecido un pequeño ángel, pero hoy me marcharé sin causar ningún estrago más— el
joven se levantó y comenzó a andar.
— ¿Te vas?— preguntó entristecida. Él se detuvo un segundo y la miró.
— Créeme, es mejor no tenerme cerca— luego retomó su camino— Conviértete
en una bella y angelical bailarina y tal vez nos veamos de nuevo.
— ¡Lo haré!— le aseguró la pequeña artista.
— ¿Con quién hablas, hija?— preguntó la madre cuando hubo regresado.
La niña sonrió a su madre y señaló en dirección al joven— con él— dijo alegre.
— Pero si ahí no hay nadie— refutó la madre. La pequeña se desconcertó y
miró al callejón para encontrarse con una oscuridad infinita, sin nada más. Como si
fuese magia el chico de los ojos rojizos se había desvanecido en la penumbra de la
noche, dejando a la niña con la duda de si aquella conversación había sido obra de su
imaginación o había sido real. Tal vez algún día lejano su duda se llegaría a disipar, tal
vez.
Sitio web:
No hay comentarios:
Publicar un comentario