Puto espejo
Esta semana estamos de locura en
frases, se acerca el fin del mundo y debe ser que me influye más de la cuenta.
Así que me enciendo un ducados, y como siempre que me entra la locura y no
tengo dinero, me siento delante de la pantalla y empiezo a blasfemar.
¿Qué es lo que ocurre ese día que
te levantas de la cama y te miras al espejo con un enorme dolor de cabeza? Ese
día miras, pero no te ves, no te encuentras entre el reflejo. Tienes todo lo que
te habían dicho que debías tener. Algunos, una casa, tres hijos, una esposa que
ocupa todo su tiempo en actividades estúpidas o en ir de compras, lo que sea
para no volver a casa y compartir nada contigo. Otros, una carrera brillante,
una novia florero, un reconocimiento que no mereces. Incluso hay personas
intrépidas que han conseguido ser fuertes y vivir solas, presumen de
independientes y se repiten y repiten a los demás lo bien que se encuentran en
su soledad. Todo va bien para todos, hasta esa maldita mañana en la que te
miras al espejo y recuerdas quién eres. Cuáles son tus gustos, tus pasiones, a
quién amas, como piensas y lo que te realiza. Todo va bien hasta ese momento y
después… todo va mal.
Sales de tu casa autoconvenciéndote
de que lo que has pensado no es más que basura, pero ya es tarde. Tu mente es
más lista que tú y ya se ha dado cuenta de que sólo mientes bien, cuando lo
haces con los demás, pero mentirte a ti mismo nunca se te dio bien.
Esa noche después del trabajo
absurdo que tienes, decides ir al bar de la misma zona de tu oficina, despacho
o universidad y te emborrachas. Entonces todo cambia y se torna de color de
rosa. Pero, ¿qué ocurre a la mañana siguiente? ¡Exacto! El puto espejo diciendo
tonterías.
Otro día, otro atasco, otros
idiotas a los que tienes que escuchar por obligación. Esos mismos idiotas a los
que hace diez años les hubieras hecho un corte de mangas y hubieras salido
corriendo y riéndote con alguien que realmente te importaba. Llega la noche y
otra vez… ,dais en el clavo. Te emborrachas, esta vez en un bar más lejano, con otra gente, otro
ambiente, otra música y a la mañana siguiente…, el dolor de cabeza llega a
límites insospechados. Pero esta vez sabes lo que no tienes que hacer y te
lavas la cara con la luz apagada del baño. Sí, claro, es un atajo muy rápido
pero tu mente, siempre fue más lista que tú. Ese día, coges el coche, pero no
vas a trabajar, llamas y dices que te encuentras mal. Una llamada al móvil, tú
madre. ¡Joder! Parece que siempre sabe cuando te metes en problemas. No se lo
coges y sigues adelante.
Ese día algo ha cambiado, tu
cuerpo no está para gaitas y no piensas mirar al espejo. Entonces ya sabes que tienes
que cambiar de vida y ¿qué haces? Otro atajo, emborracharte en un bar de
carretera a doscientos kilómetros de donde has salido. Llegas allí y te bebes
la botella de tequila y al salir, te encuentras con una pandilla de chulos que
dicen cualquier cosa impropia que te irrita. Cualquier día hubieras pasado,
pero ese no es cualquier día. Te acercas, le mencionas a su madre y… paliza al
canto. Vuelves al coche y sigues conduciendo.
Sin rumbo, sin autoestima, sin
nadie a quién llamar y sin ganas de hacerlo. Después de cuatro horas
llegas a
la costa. Ves un chiringuito, te emborrachas y para que pase la melopea
te das un paseo. Caminando llegas hasta el puerto. Allí, a lo lejos, ves
algo que te deslumbra, es un barco
velero. ¡Claro! Toda tu vida habías pensado en cruzar el charco y vivir
en la
aventura. Te acercas todo decidido a la popa y cuando estás dispuesto a
preguntar
a los pijos de la lancha del al lado, sale una rubia despampanante y te
dice
que subas. Pasas una noche increíble, te emborrachas, te invita a
cocaína, sexo
hasta la extenuación y a la mañana siguiente, te dice que su marido está
en
Ibiza esperándola para un crucero por el Mediterráneo. Vuelves a
montarte en el
coche preguntándote por qué no puedes ser tú el marido y no te permites
ni el
contestarte porque ya lo sabes.
Otro día más que te levantas en
tu casa y ya hoy si te miras al espejo. Has decidido dejar de preguntarte. Has
renunciado a huir y esconderte porque sabes que no puedes. Pero al salir de
casa y antes de montarte en el coche te tropiezas con la manguera del jardín y
te das un golpe en la nuca.
Cuando te levantas han pasado
ocho días y estás en el hospital, has estado a punto de palmarla por una
conmoción cerebral. Allí, en una habitación fría, blanca e impersonal no hay
nadie que esté esperando a que te despiertes. Una vez más tu mente se adelanta
al resto de ti y te escupe unas frases que duelen. -¿Qué coño haces, gilipollas?
Si quieres cambiar de vida, hazlo y no te comportes como un niñato de dieciséis
años. No te gusta tu trabajo, cámbialo. No te gusta la gente de la que te
rodeas, cámbiala. No estás enamorado de la mujer con la que estás casado, despídete
cortésmente y deséale buena suerte, en lugar de joderla la vida con tus frustraciones.
No hacen falta veleros, ni rubias despampanantes, ni cruceros por el
Mediterráneo, ni emborracharte todas las noches. Lo único que hace falta es que
tengas el valor de dar el paso y ser coherente contigo mismo. No te has vuelto
loco, solamente estás profundamente aburrido de ti y debes cambiarlo, o te
costará caro.
Esa noche en el hospital, no
dejas de mirarte al espejo y empieza a gustarte lo que ves. Saldrás de allí y empezarás
tus sueños. Tú sólo con tu conciencia.
Carlos Serrano Hermo
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