La libertad tiene su precio.
No intente huir. El regazo materno ya no existe
menos aun la Tierra Prometida de la libertad.
El último refugio se lo llevó el tiempo
y el tiempo se perdió.
En todo lugar usted es vigilado, no importa si
es un señor bien comportado
o una señora dedicada a sus deberes domésticos.
Está obligado a andar por determinados caminos,
bajar y subir en estaciones programadas
conforme pautas: son las reglas del tránsito.
Verde para continuar, el amarillo
como advertencia para frenar
sus deseos e impulsos que lo compelen a seguir
adelante. Acelere para escapar del rojo.
Pero no hay como escapar de ese color sanguíneo.
En todas partes hay semáforos. No se iluda,
Sin señales usted se torna imprevisible,
algo bastante errático, un peligro para el orden oficial.
Se
que usted no percibe los hilos de la situación; está acostumbrado a
repetir las monsergas, sigue las sendas de la multitud. Está tan
adiestrado que ya es un animal doméstico, incapaz de sentir el olor de
la brisa y el rumor del follaje en la floresta.
Mas le advierto: estamos todos bajo un control de un poder extraño, nada benévolo, contrario a nuestra elemental esencia.
Vivimos en estado de sitio. El enemigo nos asigna la peor condición: es preciso resistir hasta el último suspiro.
Huir es fingir que nada acontece, fingir que vivimos
en el mejor de los reinos, aun estando en la calle;
es justificar la cobardía.
La libertad tiene su precio: la vigilancia y la resistencia.
Felipe Galeno
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