Libertad
Libertad no es una palabra, no es una opción y no es una decisión, es un pianista que toca música. Música suave, constante y que presta atención a tu pentagrama. Te regala las notas para que tu vida melódica exprese lo que sientes.
Es tu pentagrama, expresada por una blanca, una negra y un silencio. La blanca que dobla el valor de la negra pero con un silencio que precede a una redonda. Un lagrimeo musical que sabe dónde sonar y cómo.
Donde tu vida y como tu vida.
Es tan obvio y tan presente que pasa desapercibido dentro de nosotros. Es el error: considerarlo un aliado o un derecho cuando forma parte de ti mismo. De la parte más humana y natural de cada uno.
El peor enemigo de un pianista es aquél que le dice que no tiene sentido su música, que es barata e inverosímil. Es cuando comienza la tormenta y sale de tu silencio.
Sin su música, el pentagrama parece acabado, la propia vida no sería vida, las calles estarían acabadas y las personas no sabrían hablar. Que se lo digan a la gente que no tuvo esa música... fueron personas con un sentimiento prisionero, como retener un abrazo que quieres dar.
La pieza musical sigue ahí – el pentagrama no acaba – para seguir siendo tocada y retocada. Como ha ocurrido siempre. Para reponerse, sentarse y seguir sonando, seguir creando. Regala vida a los acordes de tu pentagrama. Encontrará de nuevo la inspiración y ese será el motivo del pianista para levantarse y continuar.
Será una tormenta la que lo mueva, le dará el sentimiento y como siempre, ocurrirá...
Volverá a tocar.
Da tu música, entona tu vida y da reflejo a tus sentimientos.
Se levanta dentro tuya y te dice aquello de:
“Libertad, sigo tocando por ti”.
Libertad no es una palabra, no es una opción y no es una decisión, es un pianista que toca música. Música suave, constante y que presta atención a tu pentagrama. Te regala las notas para que tu vida melódica exprese lo que sientes.
Es tu pentagrama, expresada por una blanca, una negra y un silencio. La blanca que dobla el valor de la negra pero con un silencio que precede a una redonda. Un lagrimeo musical que sabe dónde sonar y cómo.
Donde tu vida y como tu vida.
Es tan obvio y tan presente que pasa desapercibido dentro de nosotros. Es el error: considerarlo un aliado o un derecho cuando forma parte de ti mismo. De la parte más humana y natural de cada uno.
El peor enemigo de un pianista es aquél que le dice que no tiene sentido su música, que es barata e inverosímil. Es cuando comienza la tormenta y sale de tu silencio.
Sin su música, el pentagrama parece acabado, la propia vida no sería vida, las calles estarían acabadas y las personas no sabrían hablar. Que se lo digan a la gente que no tuvo esa música... fueron personas con un sentimiento prisionero, como retener un abrazo que quieres dar.
La pieza musical sigue ahí – el pentagrama no acaba – para seguir siendo tocada y retocada. Como ha ocurrido siempre. Para reponerse, sentarse y seguir sonando, seguir creando. Regala vida a los acordes de tu pentagrama. Encontrará de nuevo la inspiración y ese será el motivo del pianista para levantarse y continuar.
Será una tormenta la que lo mueva, le dará el sentimiento y como siempre, ocurrirá...
Volverá a tocar.
Da tu música, entona tu vida y da reflejo a tus sentimientos.
Se levanta dentro tuya y te dice aquello de:
“Libertad, sigo tocando por ti”.
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