Por el ojo de la cerradura acecha lo terrible
No hay nada que temer, ¿esa es tu convicción?
El terror circula por otras calles
y los poderosos se festejan en la misma mesa,
celebrando sus ganancias.
¿Qué puedes temer si tu domicilio no da paso
a los intrusos?
Cuidado: siempre hay un rumor sordo en el aire.
Por el ojo de la cerradura acecha lo terrible.
En este mismo instante, alguien está dando a oler
una de tus prendas a los perros guardianes.
La prenda puede ser cualquier cosa:
tu modo de saludar al jefe, un encuentro fortuito
con un desconocido que pidió fuego en la calle
(un rebelde cuyos pasos registra la policía
para dar con sus cómplices)
Ese estilo tuyo de mirar,
como si estuvieses introduciendo las manos
en la huerta de la mujer del vecino.
Por el ojo de la cerradura entra lo terrible.
Y no olvides que el terror es siempre sigiloso.
Los grandes acontecimientos son de la naturaleza
de los felinos; terribles y silenciosos.
No usa dinamita, ni destruye torres, ni representa
el desespero: impone su dominio apenas con un gesto.
Y tú estás en la calle, sin empleo, sin crédito,
Sin otro recurso que el grito en la garganta.
¿Qué dices? ¿Que dispones del coraje que emana
de las entrañas más profundas de la vida?
¡Entonces, adelante!
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