10/7/12

Realidade Cero con Noah Lloil

 

 Amor eterno

     ¿Era posible llegar a enamorarse de un personaje inexistente? ¿Llegar a depender de él? Para mí la respuesta a esas preguntas era sí. Yo misma era la prueba de ello, o tal vez sólo era una ilusión provocada por el cansancio y la monotonía. Aunque no me había embriagado con el personaje de una película, o de una novela. Sino del personaje que yo había diseñado para mi libro, al que yo misma le había dado vida. Pero, no era un simple protagonista, para mí, era un hombre con conciencia, dulce, valiente, amable… era real. Era mi querido Will, un amor platónico e imposible. Si tan solo existiera, o si yo llegara a ser un personaje más de este libro… todo, todo sería perfecto. Yo volvería a ser feliz y no habría más lágrimas.
    Aparté mis alocados pensamientos, temiendo recordar algo doloroso. Volví la vista al ordenador, puse las manos sobre el teclado y la magia apareció.
   “Podría decirse que su mirada era la mismísima de un ángel. Sus ojos brillaban a la sutil luz del atardecer dejando al descubierto el tono añil que envolvían sus pupilas. Las pestañas que rodeaban tan bella mirada eran espesas y largas haciendo que su rostro fuera, todavía, más único. Daphne se fijó en su piel; suave, clara, perfecta. Cualquiera se habría quedado atónito, pero ella ya se había acostumbrado a su angelical rostro.
   —Esta tenue luz hace tu rostro todavía más bello amada mía— dijo Will con su dulce tono de voz mientras cogía su mano y la besaba.
   Daphne simplemente sonrió, sabía que a pesar de ser tan bello y tan seguro ella era su punto débil, aunque él todavía no lo supiera.”
   La vibración del móvil me despertó del sueño. Miré la pantalla y vi ese nombre, Eric Doyle. No quería acordarme de ese apellido. Sin vacilar le di al botón de colgar y lo guardé de nuevo en mi bolsillo.  Me apoyé sobre la mesa del ordenador y tan solo unos instantes después las lágrimas brotaron de mis ojos. Suspiré, el tiempo de llorar había pasado, pero la herida todavía no estaba sanada. Pasé una mano para secar las lágrimas y continué la historia.
   “—Un segundo más y me habría subido al carruaje para volver al palacio— se quejó Daphne con una tierna  sonrisa.
   —Mi querida, si no te hubiera hallado al llegar me hubiera muerto de la agonía— y tras decir esto sacó de detrás de su espalda una hermosa rosa blanca en símbolo de la eternidad de su amor.”
   Embelesada por las palabras de Will y deseando continuar con su hermosa historia de amor y aventura continué escribiendo el resto de la tarde. Dejé a un lado todos aquellos dolorosos recuerdos que pedían paso a mi mente intentando dañarme de nuevo, escribiendo huí una vez más ignorando esas heridas que no querían dejar de sangrar, escribir me daba fuerzas para continuar.
   Y escribí. Y escribí más, sin pensar en otra cosa que no fuera la historia que narraba con mis palabras.
   Entonces, tras horas de estar impregnada del amor irreal del protagonista me llegó el cansancio. Con un bostezo dejé el ordenador y me fui a dormir pues sabía que nada bueno salía de una escritora mentalmente agotada. Y yo deseaba dar lo mejor de mí en este libro.
 

     Desperté con los rayos del sol de un nuevo día. Miré a través de la ventana el cielo despejado indicando que el día de hoy sería ideal para pasear con la familia o…
    Suspiré y aguanté de nuevo el dolor, para mí era un día frío y sombrío, como todos los anteriores. Me tapé la cara con el edredón y deseé dormirme de nuevo para regresar a aquel maravilloso sueño en el que yo era Daphne y Will me amaba.
    Pero la necesidad de escribir, acción que ya se había convertido en el centro de mi vida, hizo que me levantara para realizar mi trabajo. Cogí una taza de café como cada día y comencé con la tarea. Era una costumbre, algo que aliviaba mi dolor, al menos un poco.
   “—Todo está bien mi pequeña— dijo la voz dulce de Will abrazándola.
   Él se sentía impotente ante el sollozo incesante de Daphne. Si al menos se hubiera podido despedir de su padre, si hubiera podido decirle cuanto le quería, tal vez se sentiría mejor. Todos decían que había sido un desgraciado accidente, pero el joven Will no podía creerlo. No descansaría hasta saber la verdad, por Daphne estaría dispuesto a dar su vida.”
   Una vez más el móvil sonó, de nuevo era Eric. Pensé que debería contestar, al menos por mera cortesía pues él también lo estaría pasando mal. O al menos quería pensar que era por cortesía, porque pensar que la verdad era que quería contestar para escuchar su voz y llorar como una niña hacía que me sintiera vulnerable y débil. Dudé, dudé entre dejarme llevar por mis sentimientos y derrumbarme para que me consolara, para que me dijera que todo mejoraría y que acabaría olvidando… Pero pronto deseché la idea, pues más dolor me causaba el sonido de su voz que el hecho de sentirme egoísta por anteponer mis sentimientos a los de él. Así que, sin más, colgué susurrando un “lo siento”.
   Antes de volver a mi distracción más efectiva apagué el móvil para que no tuviera que volver a repetir ese gento tan descortés. Una vez hecho volví a mi libro.
   Mentiría si dijese que no estuve escribiendo el resto del día, como al día siguiente, y el siguiente… Y así hasta completar un mes y medio, sin contar los meses anteriores. Eric siguió llamándome, pero no cogí. Petaron a la puerta innumerable personas, incluido él, pero no abrí. Tan sólo contestaba de vez en cuando a las llamadas de mi madre o a las de una amiga mía para decirles que estaba muy ocupada con el libro y que no se preocuparan, que estaba bien. Una pequeña mentira no hacía daño a nadie.  Además, no me veía con fuerzas para volver a la rutina, todavía no.
   Con tanto tiempo escribiendo sin cesar llegué al final de mi libro. Sentí un poco de pena al pensar que había llegado al final de mi aventura con Will y que pronto sería propiedad de cada lector que decidiera conocer su historia. Pero el trabajo de una escritora era así, compartir sus obras más preciadas a pesar de que en ellas fuera un pedazo de su corazón.
   Y con melancolía comencé a escribir la última página, la página en la que se cargaba una infinidad de amor.
   “Cogió su rostro con sus manos y la miró a los ojos. Esos ojos que hasta hace poco habían estado sin vida, infelices, llenos de lágrimas. Los miró y besó cada uno delicadamente, como si fueran la cosa más frágil del mundo. Y luego, sólo cuándo ella lo vio y, por fin, sonrió, entonces la besó. No fue como los otros besos apasionados, no, este fue puro, delicado, sincero y único. Tan sólo rozando sus labios, como si fueran del cristal más delicado. Como si volviera a ser el primer beso.
   —Will, me he sentido tan perdida, creí que moriría presa de aquel malvado hombre que mató a mi padre para hacerse con el reino— sus ojos reflejaban un pequeño pedazo de la tristeza que había llegado a sentir y eso fue como un puñal en el corazón de Will.
   —Amada mía, mi querida Daphne, todo ha cesado, por fin. Jamás permitiré que te vuelvan a hacer daño. Te protegeré con mi vida, y, sobre todo, estaré ahí para ti, para amarte eternamente. Cumpliré todos tus deseos para hacerte feliz, pues tu alegría es mi alegría y tu tristeza mi tristeza— esas fueron las palabras más sinceras que salieron del corazón de Will, jamás lo había visto tan claro. La deseaba, sin Daphne él no era nada, sin ella su vida estaba vacía. Ahora, después de estar a punto de perderla lo sabía, la amaba, la amaba profundamente, y quería estar con ella para siempre. Ya no sentía ninguna duda, ella era única.
   —Te amo, mi querida Daphne— dijo casi con un susurro.
Ella sonrió, tal vez jamás volvería a recuperar a su padre pero al menos tenía la seguridad de que su padre sabía cuánto lo había querido. Y ahora sentía una sensación cálida en el pecho, una sensación que siempre había estado ahí en cada aparición de Will. Ella lo amaba, siempre lo había sabido al igual que siempre había sabido cuanto la amaba Will aunque él no se percatara. Pero ahora ya no consistía en un mero amor, sino en la supervivencia, el uno no era nada sin el otro.
   — Lo sé, Will. Y yo te amo a ti más que a mi propia vida— dijo con su dulce voz de nuevo.
   Esta vez fue ella quien se acercó a él y, tomando su rostro entre las manos de ella, lo besó prometiendo amor eterno.”
   Se me escaparon las lágrimas recordando el pasado. Como habíamos prometido que estaríamos juntos para siempre al igual que Daphne y Will se prometían amor eterno. Will era único, espléndido, sincero. Deseé de nuevo que viviera, que existiera. Pero fue en vano, simplemente era un ser imaginario.
   Quise aclarar mi mente, asique sequé mis lágrimas con las manos y guardé el libro. Ahora quedaba repasarlo. Lo dejé preparado en la primera página para comenzar a releerlo después de que tomara algo de comer pues, eran las dos del mediodía y todavía no había probado bocado.
 

   Con una simple tortilla francesa había acallado el rugido de mi estómago y había recobrado fuerzas para comenzar a releer la historia. Cuando volví me quedé petrificada ante lo que vi. Frente a la pantalla del ordenador, leyendo pequeños fragmentos que pronto pasaba para comenzar con otro, se encontraba una figura masculina a contraluz. Rápidamente me fijé en la ventana abierta y maldije en el momento en el que se me olvidó cerrarla, aunque no era un descuido tan grande,  pues nadie se imaginaría que alguien se metiera en su casa a plena luz del día. Pronto el individuo se percató de mi presencia y se giró hacia mí dejando al descubierto su rostro. Su cabello negro azabache, su nariz aguileña y esos ojos azules llenos de preocupación habían hecho que mi mirada se inundara, pero sin llegar a llorar. ¡Hubiera preferido que un extraño se colara en mi casa!
     Desvié la mirada queriendo ocultar mi dolor y desagrado ante su presencia.
   — Oh, Layla. ¿Esto es lo que has estado haciendo estos últimos siete meses?— dijo mirando el libro. Su voz aterciopelada se clavó en mi corazón como un cuchillo. Podía notar en su tono la admiración por el libro, pero a la vez preocupación— ¿Por qué no me contestabas? Pensé que empezabas  a mejorar, estaba realmente preocupado…
   — ¿Mejorar? Estoy perfectamente, no tienes de que preocuparte. Simplemente he estado escribiendo un poco— me defendí.
    — ¿Un poco? Ni siquiera sé si has salido de casa para comprar algo. Además ¿te has visto?— dijo en tono suave señalándome.
     Por primera vez desde hacía meses me fijé en la mujer reflejada en el espejo del salón. Su pelo estaba enredado y despeinado, tal vez un poco sucio. No recordaba si me había duchado ayer o hacía dos días. Sus ojos estaban rodeados por grandes y profundas ojeras que le daban un aspecto un tanto enfermizo. Y, además, seguía en pijama, llevaba semanas poniéndome sólo esa ropa, sin contar cuándo iba a comprar lo necesario.
     Entonces me di cuenta, como si todo el peso de la realidad cayera en mí de golpe. El personaje de mi historia era John, la manera de mirar, de hablar… Era él, por eso había notado la mirada preocupada de su hermano al leerlo. Se había dado cuenta de que todavía no conseguía olvidarlo. A pesar de que había siete meses que había fallecido, mi dolor no había desaparecido. Miré a su hermano, Eric, ¡Claro que no quería responder a sus llamadas ni verlo! Él se parecía tanto a él, su voz, su cara angelical, ¡todo! Se me desgarraba el corazón cada vez que recordaba que tan solo había podido estar con él dos años. Me odiaba por haber estado tantas veces ocupada escribiendo cuando podía estar con John. Lo había perdido todo, y tan solo en unos segundos, por culpa de un borracho irresponsable.
   Las lágrimas vinieron a mis ojos y perdí las fuerzas. Mis piernas tambalearon y caí de rodillas al suelo cabizbaja. Ojalá todo hubiera sido como el final de mi libro. ¿Por qué era la realidad tan desgarradora? ¿Éramos los escritores, hartos de tanta injusticia y dolor, aquellos que intentábamos crear un mundo alternativo? ¿Un mundo acorde a nuestros gustos?
     — ¡Layla!— gritó Eric acercándose a mí— no llores por favor— me rogó cogiéndome el rostro con las manos.
     Lo miré, estaba verdaderamente preocupado. Me sentí culpable por hacerle pasar por esto, bastante mal lo estaría pasando ya como para que tuviera que estar pendiente de una boba como yo. Y es que él siempre había estado allí para ayudarme. Cuando Jonh no podía él siempre estaba disponible, preparado con sus bromas y con su alegre actitud, siempre, para hacerme sonreír.
     — Layla…— susurró él.
     Me abrazó y me meció lentamente confortándome. Se quedó allí, a mi lado, reconfortándome. Tal vez ese consuelo no era suficiente para hacer que las cenizas que habían desolado mi vida durante tanto tiempo desaparecieran, pero, podía ser que, poco a poco, el  viento se las llevara y brotara un nuevo árbol, uno más fuerte todavía.
 

     El momento que pasó conmigo se convirtió en una tarde, la tarde en días, y los días en meses. Y con el paso del tiempo las heridas que antes sangraban con tanta insistencia, negándose a sanar, comenzaron a curar poco a poco, aunque jamás llegaron a cicatrizar al cien por cien. Siendo sincera, había veces en los que me sentía culpable, como si hubiera engañado a John, pero entonces recordaba que él me había amado y deseaba, siempre, lo mejor para mí. Y luego aparecía Eric con un ramo de rosas blancas y una amplia sonrisa.

   Lo que me había sorprendido era el día en el que Eric me había confesado que siempre me había amado. Que jamás le habría hecho daño a su hermano y por eso siempre había actuado como un amigo, como un hermano. Me había dicho que le habían destrozado el corazón las lágrimas que habían caído por mis mejillas aquellos insufribles meses. Y aún hoy, a veces, vía la preocupación en su mirada. Tal vez sentía que había traicionado a su hermano, al igual que yo, o que yo todavía no le había olvidado. Pero esto último lo dejaría ir con el paso de los años, pues yo se lo demostraría.
   Pensé en mi libro, que había sido publicado con el nombre de “Amor eterno”. Era posible que Will hubiera sido Jonh y por eso lo deseaba con tanta desesperación pero, ahora… Ahora ya no dependía de él. Prefería un minuto con Eric que mil sueños con Will.
    Aún así, una vez una persona ha vivido el dolor de perder a un ser amado no puede olvidar ese dolor y, cuando parece que todo comienza a brillar de nuevo, le invade una sensación de que todo es un sueño y pronto despertará. Esa era la misma sensación que a mí me invadía cada mañana al despertar. Pero entonces el alivio llenaba mi pecho al ver a Eric durmiendo plácidamente a mi lado, rodeándome con uno de sus brazos.
   ¿Era posible volver a sonreís después de una gran tragedia? Para mía la respuesta a esa pregunta era que sí. Yo misma era la prueba de ello pues, si uno pone el empeño en levantarse y volver a ser feliz, podrá descubrir que los finales felices no sólo existen en las novelas.
   A veces, también en la realidad. 



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