La historia demuestra que las
grandes transformaciones parten de grandes descalabros. A la fuerza
ahorcan. Si la actual dirección del PSOE formaba parte esencial de su
problema, los resultados que les inhabilitan para seguir en el mando
forman parte de la solución. El PSOE necesita un congreso sin prejuicios
con la ambición de hacer una autopsia descarnada del difunto como
condición para insuflarle una nueva vida.
Entendí la verdadera naturaleza de José
Luis Rodríguez Zapatero al poco tiempo de llegar a La Moncloa.
Ciertamente no lo he tratado mucho: he conversado con él solamente dos
veces, y las dos en presencia de Miguel Barroso: un hombre que ha tenido
una enorme influencia en el todavía presidente del Gobierno.
Miguel Barroso es un hombre enormemente
ambicioso y al que le gusta el dinero. Le he conocido también en La
Habana, en donde tiene un apartamento de los que el estado cubano
construyó para vendérselo a extranjeros. Desde que se casó con Carme
Chacón se ha constituido en impulsor de la carrera política de la
ministra de Defensa. Es su mentor y quien hace los fríos cálculos para
conseguir que la política catalana sea la próxima secretaria general del
PSOE. Ahora no lo tiene fácil.
Él es el padre espiritual de muchas de
las decisiones equivocadas del presidente; ha formado parte del núcleo
duro de amigos de Zapatero que durante mucho tiempo se reunieron con él
los fines de semana en La Moncloa, alrededor de la pista de baloncesto.
No hay uno de ellos que no se haya enriquecido al lado del presidente,
en una corte de los milagros que tiene mucho que ver con el carácter de
Zapatero: no quiere cerca personas que le cuestionen y le gusta estar
rodeado de personas que no tienen poder orgánico en el PSOE. Estos
amigos del presidente le influyeron mucho y no le llevaron la contraria
nunca; por eso han sobrevivido a su lado y les ha ido bien. Todo el
mundo sabe a quien me refiero.
La responsabilidad por la catástrofe
electoral abarca a todos los que han estado cerca del secretario general
del PSOE jaleando sus decisiones y absteniéndose de aportes críticos.
La explicación es muy sencilla: Zapatero entiende la discrepancia como
una insumisión y una falta de lealtad; quiere tener razón porque es el
jefe. Y él pensaba que no se podía equivocar y que la suerte le iba a
acompañar siempre. Y Rubalcaba, que siempre ha estado en el núcleo duro
de Zapatero, nunca ha levantado la voz para llamar la atención de los
errores del presidente, probablemente, en una interpretación benévola,
porque ha estado siempre de acuerdo con él.
El terremoto coloca al PSOE en una
situación crítica. Quizá ha hecho falta una catástrofe de estas
dimensiones para que el socialismo recupere sus raíces, sus sueños y su
ambición de reducir las desigualdades: Zapatero y Rubalcaba dejan España
con el mayor índice de desigualdad desde que existen estadísticas para
tabular la distancia entre los que más y los que menos tienen.
El resultado se tiene que llevar por
delante a todos los que han tenido responsabilidades en el Gobierno y en
el partido en la época de Zapatero.
Es curioso que Alfonso Guerra haya
ganado con holgura en Sevilla, en medio del derrumbe del socialismo
andaluz. El veterano dirigente, que ha estado en un segundo plano
durante los años de poder de Zapatero, ha emergido de nuevo como un nexo
que no se ha destruido con el electorado natural del PSOE. Algo, sin
duda, para reflexionar.
No hace falta pronunciar la frase, “ya
lo decía yo”, para revisar ahora que los que hemos sido críticos con el
PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero y Alfredo Pérez Rubalcaba desde
posiciones progresistas tratamos de colaborar en que está catástrofe no
se produjera. Los más simples nos intentan hacer a los críticos de este
PSOE responsables del triunfo popular: que pensamiento más elemental que
unos pocos, muy pocos pensadores independientes hayamos podido
arrebatar a este PSOE más de cuatro millones de votos. El “mérito” del descalabro les pertenece a quienes han dirigido el PSOE en los últimos diez años.
España es un país en donde se confunde
lealtad con sumisión. Quienes ejercemos la autonomía de pensamiento
corremos el riesgo de la soledad y del castigo que pretenden aplicarnos
quienes tienen el mando. Pero todo político tiende a olvidar el carácter
vicario del poder. No se posee, se ejerce. Y hoy Zapatero y Rubalcaba
tienen que ser más conscientes de que el futuro ya no les pertenece.
Se trata ahora de colaborar en que la
salida de la crisis no recaiga únicamente en los más débiles. Ese, y la
reconstrucción del socialismo tiene que ser el empeño de los militantes
del partido. La situación del PSOE mejorará en cuanto sea consciente de
que cualquier escusa para justificar lo ocurrido les aliviará de
encontrar una solución a la deriva del socialismo.
Son cuatro las condiciones
imprescindibles, a mi juicio, para que el PSOE vuelva a ser una
referencia de la izquierda española y una alternativa de futuro para los
millones de socialistas que han en este país y que estarán dispuestos a
trabajar por la reorientación de ese proyecto.
La primera, evitar la
soberbia de pensar que la historia honorable del PSOE garantiza su
pervivencia. Torres más sólidas han caído. Y el PSOE debe renovar sus
proyectos y sus liderazgos para tener futuro. Si no lo hace, si piensa
que tiene garantizada su continuidad por su pasado, terminará en un
proceso de decrepitud.
Segunda: la crisis
económica es una explicación demasiado sencilla si no va acompañada de
otra autocrítica. José Luis Rodríguez Zapatero y su forma de entender la
política abdujeron al partido hasta convertirlo en un apéndice de sus
proyectos personales. Si los militantes no asaltan democráticamente las
estructuras para disolver la oligarquía que ha tenido secuestrado al
partido, la pendiente seguirá produciendo estragos en el PSOE. La
catarsis que necesita el PSOE no es solo de personas, sino de formas de
entender la intermediación politica para que los militantes se
desprendan de las tutelas de quienes tienen una concepción patrimonial
del partido.
Tercera: ninguna de las
personas que han contribuido directamente a la catástrofe pueden formar
parte de la solución. Eso incluye naturalmente al secretario general,
José Luis Rodríguez Zapatero, al candidato estrepitosamente derrotado y a
quien se postuló para serlo y se apartó a la fuerza, Carme Chacón, que
ha dejado el PSC en el abismo más profundo de su historia.
Y, Cuarto, el Congreso que se celebre tiene que abrir en canal la organización sin prejuicios establecidos, como un nuevo Suresnes que
busque en las entrañas del socialismo democrático las recetas para un
proyecto de futuro. Si el PSOE solo quiere ser gestor del capitalismo,
no remontará. Su aspiración tiene que ser la transformación de la
sociedad y la búsqueda del equilibrio en el reparto de las rentas.
La política ha sucumbido a los envites
de los poderes financieros; la ambición del socialismo en la
globalización es recuperar la legitimidad de la política y las
instituciones para que la sociedad sea más justa. Ni más, ni menos. Y
para eso hace falta no solo inteligencia sino además, coraje.
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